Volvemos al frente de batalla. Nuevamente, nos batimos en duelo contra lo más despreciable de nosotros. Hemos caído, como ya ha sucecido en el pasado, para volver a ponernos de pie.
La intensidad y duración de esta batalla (tragedia) es aún desconocida, parece apenas empezar. Tenemos presente que perder esta guerra habría de significar el colapso de la viabilidad del estado democrático mexicano , de por sí ya acribillado y mutilado. Un estado débil, muy lastimado, sin voluntad.
Acentuar las fallas, subrayar los errores o alabar los aciertos del estado mexicano no nos llevará lejos. El diagnóstico es brutal, cada día que pase será un día lleno de sangre , plagado de desgracia y atrocidades, en fin: de miseria.
Si bien el actual contexto económico no es el más favorecedor para librar esta gesta tampoco lo fue ayer, hace un mes, hace un año o hace 200 años. Esta batalla ha estado siempre ahí, tuvo su origen con la creación del estado mexicano. Es un duelo a muerte, nuestra identidad está en juego. Los monstruos que hemos creado nos devoran paulatinamente. Como sociedad hemos estado al margen de nuestra labor, del papel que nos toca protagonizar, no hemos estado a la altura de las exigencias, nos hemos cubierto la mirada esperando que un estado horadado por la corrupción y la impunidad hiciera lo mínimo indispensable, una de sus razones de existencia: procurar la justicia, no ha sido así.
Si bien el actual contexto económico no es el más favorecedor para librar esta gesta tampoco lo fue ayer, hace un mes, hace un año o hace 200 años. Esta batalla ha estado siempre ahí, tuvo su origen con la creación del estado mexicano. Es un duelo a muerte, nuestra identidad está en juego. Los monstruos que hemos creado nos devoran paulatinamente. Como sociedad hemos estado al margen de nuestra labor, del papel que nos toca protagonizar, no hemos estado a la altura de las exigencias, nos hemos cubierto la mirada esperando que un estado horadado por la corrupción y la impunidad hiciera lo mínimo indispensable, una de sus razones de existencia: procurar la justicia, no ha sido así.
Quisieramos creer que la seriedad del asunto se ha exagerado, no es así. Hoy como en tiempo pasado, como el águila, intentamos devorar a la serpiente que se resiste a perecer, en esta ocasión la serpiente posee varias cabezas y el águila se esta acercando al borde de la fatiga. El decenlace es incierto.
El águila presenta mordeduras graves, en este escenario el viento sopla en contra. Esta vez la serpiente no es la cuasa de la miseria, sólo es la consecuencia. El águila en su descuido más abominable, dejó que el tiempo pasara y no atendió sus heridas, no las dejo sanar, a su vez se multiplicaron sus males y pesares; y la serpiente asestó más ataques, embistió una y otra vez al águila, le perpetró una mordida casi fatal. En este panorama la serpiente es tan sólo la representación del miedo, la desesperación. Es la forma y contenido de nuestros fracasos, es la pintura fiel de la resistencia al cambio, de nuestra mediocridad. Es la fruta y la cosecha de la semilla que nosotros mismos, día con día, hemos hecho crecer y brotar; con nuestros actos y omisiones hemos contribuido a la autodestrucción. He ahí la raíz de toda desgracia.
El águila presenta mordeduras graves, en este escenario el viento sopla en contra. Esta vez la serpiente no es la cuasa de la miseria, sólo es la consecuencia. El águila en su descuido más abominable, dejó que el tiempo pasara y no atendió sus heridas, no las dejo sanar, a su vez se multiplicaron sus males y pesares; y la serpiente asestó más ataques, embistió una y otra vez al águila, le perpetró una mordida casi fatal. En este panorama la serpiente es tan sólo la representación del miedo, la desesperación. Es la forma y contenido de nuestros fracasos, es la pintura fiel de la resistencia al cambio, de nuestra mediocridad. Es la fruta y la cosecha de la semilla que nosotros mismos, día con día, hemos hecho crecer y brotar; con nuestros actos y omisiones hemos contribuido a la autodestrucción. He ahí la raíz de toda desgracia.
La eliminación fáctica de nuestros tormentos no yace en la destrucción de la serpiente per se. La redención comtemporánea radica en el águila misma, en su capacidad de convertir sus debilidades en fortalezas, en reformarse, en trascender, en empezar a hacer lo que no está haciendo, en dejar a un lado su comodidad y soportar la adversidad. Sólo así sobrevivirá.
La serpiente ha acumulado una fuerza más que terrible. La ha acumulado sin esfuerzos ni méritos. Ha sido posible porque lo hemos permitido sin reparar en ello, mucho más, lo hemos exacerbado con nuestra pasividad.
Este es el capítulo más sangriento de esta guerra histórica, sus orígenes se remontan a la fundación del estado mexicano moderno, un estado carente de voluntad política, que sigue sin ser capaz de transgredir las barreras que él mismo se ha puesto. Un estado que parece haber abierto los ojos en otros tiempos pero que no ha despertado. Un estado confundido, sin rumbo, que durme en medio de pesadillas.
Mientras el águila no despierte, el sueño sólo será angustia. El viento murmura que la próxima podría ser la última vez que abramos los ojos; podríamos despertar y sucumbir ante un ataque letal de la serpiente, verla devorar nuestros sueños y con ellos presenciar el derumbre del Estado Mexicano, o bien, podríamos despertar antes de que eso ocurra, acertar golpes mortíferos, devorarla y vencer, como lo hicimos antes: en el pasado.
La historia volverá a repetirse, como en aquel tiempo, todos aguardaremos, algunos desde la muerte, que la próxima vez que abramos los ojos sea para siempre, después el reposo será perpetuo.
Ha llegado el fin(o el principio), el tiempo se ha consumido, el águila ha devorado a la serpiente y ha despertado en medio de la eternidad.
Hemos regresado del frente y sí, vencimos.
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